jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 10

KATY SONG (PARTE I)

Al comenzar el año 2000 me faltaba una asignatura para terminar Sociología porque me había quedado pendiente del último año. A finales del 99 me había apuntado a hacer las pruebas de ingreso en la Escuela de Cine. Ese año 2000 iba a ser más o menos  de relax en función de lo que pasase con esos exámenes de ingreso. Si los pasaba encauzaría mi vida hacia el cine y abandonaría Torrelavega con la que mantenía una relación de amor-odio porque me sentía encerrado en su pequeñez. Como tenía mucho tiempo libre lo dedicaba a escribir, leer, escuchar música e ir a clases de francés e inglés.

Un día, a principio de Febrero, estando en Madrid para una de las pruebas de acceso, después de comer en casa de unos tíos que viven allí me senté a ver la tele con ellos. Sentía que algo se me había quedado en la garganta durante la comida y me molestaba mucho. No dejaba de carraspear y de ir a la cocina a beber agua.

Como cada vez estaba más nervioso cada vez me costaba más respirar. Fui al baño y me provoqué un par de vómitos. Pero, lo que fuese, seguía en mi garganta y sentía que apenas podía pasar el aire. Mis tíos se preocuparon con esas idas y venidas y me preguntaron qué pasaba. Se lo expliqué y me dijeron que fuésemos a urgencias. Tenía todo el cuerpo tembloroso y llevaba un botellín de agua del que daba pequeños tragos a cada rato porque mi lógica enfermiza me decía que si pasaba el agua pasaba el aire. 
Las urgencias del 12 de Octubre estaban hasta arriba porque era domingo y yo me iba al baño para provocarme no sé, quizá ocho vómitos. También calculo que bebí más de cuatro litros de agua antes de que me atendiesen. Con una de las clásicas palas de madera el médico me miró la garganta. No vio nada. Pero yo sentía el ahogo y el trozo de “algo” en mi garganta. Era una sensación física y tenía que tener una explicación. Un rato después, de mucho agua después y de varios vómitos después, me llevaron a la sala de Rayos X para hacerme una placa. Pasada una hora entramos a la consulta del médico que me correspondía y, mientras el doctor miraba la radiografía al trasluz, dijo que se veía algo extraño en mi garganta. Pero que no me preocupase porque no tenía aspecto de peligroso al ser pequeño.

Decidieron hacerme una endoscopia. Vino un tipo con una silla de ruedas y me dijo que me sentase. Todo aquello me parecía un poco demencial porque a mí no me dolían las piernas sino la garganta. Sólo consiguió ponerme mucho más nervioso aunque ya llevaba tres tranquilizantes. Me condujo por varios pasillos mientras yo no dejaba de preguntarle en qué consistía la endoscopia y si dolía. Su explicación parecía poco creíble cuando dijo que molestaba un poco.

Me metieron en una pequeña consulta y tras un par de minutos a solas llegó el doctor que me iba a hacer la prueba. Me dijo que abriese la boca y sin avisar, como todo lo malo en la vida, me metió un metro de tubo de plástico esófago abajo. Aunque mis ojos se salían de sus órbitas veía en un  monitor mi interior. Y no era una metáfora. El médico trataba de tranquilizarme con un argumento parecido al mío del agua y el aire pero cambiando agua por tubo. La sensación de esa culebrilla subiendo garganta arriba al sacarlo aún hoy me da escalofríos al recordarla. Mi chófer me condujo de nuevo a la sala de espera donde estaban mis tíos. Tenía los ojos llorosos y sólo quería que terminase toda esa mierda. Habíamos llegado a las cinco de la tarde y eran más de la una de la mañana cuando nos volvió a atender el primer doctor de todos los que había visto. Nos comentó que en la endoscopia no se apreciaba nada y que cuando regresase a Torrelavega me pasara por mi médico de cabecera y pidiese cita en Salud Mental.

A partir de aquí todo se vuelve un poco confuso. Empecé una peregrinación por psicólogos y psiquiatras y una medicación controlada que consistía en tranxilium y diazepán cuando me sentía mal (o sea, todo el día) y Prozac por la mañanas para animarme.

Fueron un par de meses en los que yo no salí de la cama más que para ir al baño y a los médicos. Tampoco me atrevía a comer nada que no fuese líquido. Cuando trataba de comer otra cosa, aunque fuese una miga de pan, sentía esa miga durante horas obstruyendo mis vías respiratorias. Me iba al baño y me provocaba vómitos pero la puta miga seguía allí, estrangulándome. Todo esto me deprimía más. En la cama no podía dejar de pensar que esa mierda condicionaría el resto de mi vida. Que no podría ir a ningún sitio, viajar, porque no habría alimentos líquidos en todos los sitios y no podría comer nada. Que no podría vivir fuera de Torrelavega, estudiar cine, llevar una vida normal. Por las noches, de madrugada, probaba a comer pequeñas cosas, no sé, una onza de chocolate chupada para ver si era capaz. No había manera. Me tenía que ir al baño para provocarme un vómito y me pasaba un par de horas llorando abrazado al retrete, sintiéndome muy miserable.

Los psiquiatras y los psicólogos trataban de buscar la razón a este bloqueo. Que si me veía muy gordo, que si tenía problemas en los estudios, con mi familia, que si había sufrido un desengaño amoroso (ya me hubiese gustado, pensaba yo, que sólo los vivía  a través de las canciones de los Smiths y de  Slowdive). Me enseñaron a respirar en caso de ahogo, ejercicios de relajación con música New Age de fondo…



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